Colocar semillas para poder recoger desde plantas hasta frutos, implica conocer mucho sobre el suelo donde se ha elegido ponerlas. A continuación vamos a tratar el tema de la siembra y hablar sobre cuál es el suelo más óptimo para hacerlo.
La siembra
El verbo 'sembrar' proviene del latín y significa "poner semillas" Un antiguo dicho refiere que quienes 'siembran' (sea acciones o semillas) reciben algo a cambio. Según lo hecho así les vendrá. En el terreno agrícola, el obtener el fruto deseado implica dedicación y sacrificio. No solamente está el acto de sembrar o plantar las semillas en el terreno, sino de conocer cuál es el suelo adecuado para ello.
Cuando ya se trabaja en el terreno, sea huerto o campo, hay que profundizar. Para que las raíces se asienten, el terreno debe estar domado y adecuado para ello. La tierra debe estar nutrida, suelta y moldeable, para así poder echar la materia que se desee. También es importante eliminar todo obstáculo que impida una correcta siembra, como piedras por ejemplo. El terreno debe estar llano para sembrar con facilidad.
Muchas veces hay zonas duras bajo la primera capa donde se sembrará, que no permite el crecimiento de las raíces. La siembra puede ser a campo abierto, donde se prepara el terreno, o aquella que se hace en un lugar más pequeño como el jardín de casa. Para sembrar es habitual guiarse por el calendario lunar, esto es, en las diferentes fases por las que pasa la luna se puede optar por cultivar determinados productos.
Tipos de suelo
Para las personas que por primera vez hagan algo de jardinería o cosecha lo conveniente es hablar con alguien que conozca el tema y pueda dar asesoramiento. Las épocas más adecuadas para la siembra son primavera y los primeros días de otoño. No obstante también es necesario conocer el tipo de clima de cada lugar.
El suelo es un elemento clave, es la base para poner semillas y debe estar convenientemente acondicionado para poner las semillas. Si por el contrario no se pone la suficiente atención, probablemente tanto la inversión material y humana, habrán resultado desperdiciadas. Es importante saber ante qué se está y cómo hay que hacer frente. Además del suelo con materiales como arena o arcilla, la composición del terreno también se basa en agua, aire y materia orgánica. El suelo al que uno puede enfrentarse es:
- Arenoso: El agua no tiende a compactarse. La tierra no retiene los nutrientes ya que el agua tiene un rápido drenaje.
- Arcilloso: Es un suelo de difícil drenaje. Los nutrientes no permanecen. Cuando se seca el terreno es muy complejo trabajar en él.
- De turba: En el momento en que se drena el agua es sencillo trabajar en este suelo. Se retiene el agua cuando hace mucho calor protegiendo así las raíces en meses de frío intenso.
- Salino: El alto porcentaje de sales corroe las raíces.
- Limoso: El agua y los nutrientes aguantan más. Tiene un alto porcentaje de humedad. Es el terreno más fácil para cultivar.
El mejor suelo: características
Para que un terreno sea considerado adecuado para la siembra es importante su profundidad. Para conseguirlo puede añadirse tierra de tipo vegetal y materia orgánica para que el tacto no sea arcilloso, sino más mullido. El terreno ideal para la siembra debe retener convenientemente el agua, con ello no sería tan necesario regar de manera constante. El drenaje también debe ser el adecuado para que el agua no encharque las raíces e impida que el ser vivo de origen vegetal salga adelante.
A simple vista una tierra con muchos nutrientes orgánicos tiene un tono oscuro. Son propicios para el suelo pero su acción es más lenta que los químicos. Para que el suelo se nutra el terreno más óptimo será aquel donde los nutrientes no se arrastren. Los nutrientes minerales son muy necesarios. Lo ideal es ponerlos lo más cercanos a la raíz. En cuanto a macronutrientes debe contener, entre otros, nitrógeno, azufre o magnesio. De micronutrientes es necesaria su aportación en cobre, zinc o hierro. Puede conocerse su contenido en cada uno de los elementos con un análisis que se haga en el laboratorio.
Respecto al ph, es preciso comprobar sus valores para entender si es posible una siembra positiva. El mejor suelo para la siembra debe encontrarse en valores que oscilen el 5.5 y el 7-8 aproximadamente. Si el terreno tiene un ph muy ácido es conveniente añadir cal, y si por el contrario los valores de su ph lo hacen básico, materia orgánica.
No solo estas características bastan para denominar como apropiado un suelo para sembrar, el agricultor o jardinero deben trabajarlo con mimo. Los profesionales han de tratar el suelo preparando la zona donde se esparcirán las semillas limpiándolo de malas hierbas. Para soltar la tierra y que no esté tan compacta es bueno utilizar una azada, sobre todo en cosechas más grandes, o regar con frecuencia. El hacerlo manual también es otra opción que agota menos físicamente.
El suelo, analizado, debe evidenciar un terreno limpio, es decir sin contaminación de hongos o gusanos. Si se mantiene un suelo limpio la aparición de otros organismos será menos probable. Trabajar el terreno demanda humedad, esto precisa estar mojado pero no en exceso. Se consigue una zona limpia y llana con tiempo y tranquilidad. Con todos estos datos puede conformarse el perfil más cercano al del suelo ideal para la siembra.